Se nos fue Teodorito. El 5 de marzo, comenzando la noche, a los 60 años. El señor debe ya tenerlo en su gloria porque su vida en la tierra no fue fácil.
En casa le recordaremos siempre como el chico inquieto, rebelde, que no tenía rival con el trompo, la rueda y las bolinchas. Coleccionista de botones que colocaba en sartas de más de 1 metro. Admirados veíamos cómo subía al techo de calamina de la casa y bajaba su tesoro. "Dame este botoncito" "Regálame esta clera, no seas malito". Molesto nos respondía: "Por eso no me gusta enseñarles. Todo piden"
"Fusil" le decían de niño por sus "tiros" veloces con los que conquistaba botones en el juego de las canicas y por la fuerza de sus lanzamientos con los trompos.
Amanecía afilando la punta de sus trompos, encerando las madejas y contando los botones de sus sartas.
Por él sabíamos que el juego de la rayuela ya había pasado y que era tiempo de cometas, de rueda, palitroque, o de rodillos.
Él mismo construía su rodillo, con rodajes usados que conseguía en algún taller de mecánica y con un trozo de madera que él mismo lijaba. Todos, admirados, lo veíamos deslizarse con agilidad increíble por las veredas inclinadas del Hospital de Sullana (todavía en construcción)
Teodoro siempre fue así, como muy libre, medio salvaje, por ello al llegar a Lima lo llamaron "Caballo" y con ese apelativo lo conocieron hasta el día de su muerte.
Vivía de la "fantasía". De hacer aretes, argollas y sortijas "de fantasía". El oficio lo aprendió con Carlos, dedicado a ese negocio.
Ha dejado seis hijos: Zulmy y Arturo de su primera pareja y Diana Carolina, Jianfranco, Robert y Carla de su segunda esposa.
Ahora ya no está más con nosotros. Su alma pasea libre en el mundo de los espíritus donde reina el silencio y la paz.
¡Adiós Teodoro!
"Fusil" le decían de niño por sus "tiros" veloces con los que conquistaba botones en el juego de las canicas y por la fuerza de sus lanzamientos con los trompos.
Amanecía afilando la punta de sus trompos, encerando las madejas y contando los botones de sus sartas.
Por él sabíamos que el juego de la rayuela ya había pasado y que era tiempo de cometas, de rueda, palitroque, o de rodillos.
Él mismo construía su rodillo, con rodajes usados que conseguía en algún taller de mecánica y con un trozo de madera que él mismo lijaba. Todos, admirados, lo veíamos deslizarse con agilidad increíble por las veredas inclinadas del Hospital de Sullana (todavía en construcción)
Teodoro siempre fue así, como muy libre, medio salvaje, por ello al llegar a Lima lo llamaron "Caballo" y con ese apelativo lo conocieron hasta el día de su muerte.
Vivía de la "fantasía". De hacer aretes, argollas y sortijas "de fantasía". El oficio lo aprendió con Carlos, dedicado a ese negocio.
Ha dejado seis hijos: Zulmy y Arturo de su primera pareja y Diana Carolina, Jianfranco, Robert y Carla de su segunda esposa.
Ahora ya no está más con nosotros. Su alma pasea libre en el mundo de los espíritus donde reina el silencio y la paz.
¡Adiós Teodoro!