Porque la familia siempre es y será. Porque hay mucho qué hacer para crecer y mejorar. Aquí un espacio para reflexionar, recordar y avanzar como personas y como familia.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Un cuento para niños como Sebastián
Una historia de abejitas y girasoles
Sebastián es un niño a quien le gusta la vida al aire libre.
Su abuelita tiene un pequeño jardín sembrado de girasoles y otras pequeñas plantas. ¿Conoces los girasoles? Son plantas cuyas flores giran durante el día mirando siempre al sol. Por eso se llaman así: girasol. Tienen un tallo verde de pocas hojas y los girasoles de la abuelita de Sebastián dan unas flores de pétalos amarillos, aunque también hay girasoles de pétalos anaranjados y rojos.
A Sebastián le gusta ayudar a regar los girasoles, aunque a veces se moja y entonces su mami se molesta.
Lo que más le encanta del jardín es ver cómo se acercan las pequeñas abejas a los girasoles. Le da mucho gusto verlas volar y revoletear alrededor de los pétalos amarillos para después colocarse en el centro del girasol y chupar el néctar de la flor.
Sebastián no les tiene temor a los insectos. En tiempo de lluvia cuando aparecen muchos de ellos, se entretiene cogiendo grillos, libélulas y saltamontes. Lo malo es que sin darse cuenta les hace daño porque termina quebrándoles alguna ala o una pata.
Pues bien, un día mientras disfrutaba mirando cómo una abejita se posaba en el centro de un girasol quiso cogerla entre sus manos. Se fue acercando despacito y ¡zas! Logró aprisionarla pero ¡ay! ¡ay! la soltó de inmediato porque la abejita le había introducido su aguijón, una especie de agujita que produce un dolor parecido al que sentimos cundo nos ponen una inyección.
Su mamá corrió a limpiar su mano y le explicó que no se puede jugar con las abejas porque al sentirse atacadas se defienden con su aguijón.
Ahora Sebastián se contenta con mirarlas y verlas volar y revolar sobre los bellos girasoles.
Y amarillo, amarillín, esta historia llegó a su fin.
Secretos para las parejas ¡Ojo y oído!
" Permanezcan juntos, pero no intenten dominar, no intenten poseer, no destruyan la individualidad del otro. Dejen que haya espacios. Cuanto más espacio le dejas al otro, más junto estás. Cuanto más libertad le das al otro, más íntimos os hacéis.Entre dos libertades crece el bello fenómeno del amor."
"El amor y la meditación deben ir unidos. Ama y medita, medita y ama. En primer lugar tienes que estar seguro de ti mismo. Una persona que está segura de sí misma,estará segura de todo el mundo,
Una certeza adquirida desde lo más hondo de ti mismo se convierte en certeza sobre todo lo que haces y todo lo que ocurre.
Si alguien te ama, lo aceptas, porque tú te amas a ti mismo y hay otra persona que también está contenta."
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Léanlo: "Triángulo particular" del Dr. Fernando Maestre
Hace poco leí en un texto de Paul Verhaeghe la siguiente frase que un paciente le dijo: “Para poder dejar a alguien tranquilo, realmente, hay que amarlo mucho”. Esta frase congrega toda la problemática de las parejas en esta parte del mundo, pues es deporte favorito de quienes viven juntos el torturarse mutuamente impidiendo que el otro tenga anhelos de pequeña libertad, oponiéndose a que esté fuera de la casa a determinada hora, tratando de controlar sus movimientos e, incluso, revisando correos, celulares y documentos privados. Quien es capaz de entender lo que es el amor simbólico tiene que admitir “la falta” como un elemento imprescindible entre los dos, es decir, que la pareja perfecta no existe, y nadie puede llenarnos “totalmente”. Por lo tanto, no puede pretender acabar con los deseos del otro, o tampoco aspirar a ser la única persona que exista en su pensamiento. Dado que es imposible “colmar a plenitud a la pareja”, solo nos queda dar lo que buenamente podemos y aceptar que el amor posible es dejar tranquila a la pareja, no frenar ni interrumpir sus ilusiones por crecer o progresar en su trabajo, su familiaridad o su deporte. Es necesario considerar que la promesa de fidelidad es una ilusión que podemos –y es lo único– exigirle al compañero. Por eso, hoy se habla de un amor de a tres: él, ella, y la “falta”, que es la aceptación de que no soy su ídolo, su tótem, ni su Dios. Y con eso tenemos bastante.