Hace poco leí en un texto de Paul Verhaeghe la siguiente frase que un paciente le dijo: “Para poder dejar a alguien tranquilo, realmente, hay que amarlo mucho”. Esta frase congrega toda la problemática de las parejas en esta parte del mundo, pues es deporte favorito de quienes viven juntos el torturarse mutuamente impidiendo que el otro tenga anhelos de pequeña libertad, oponiéndose a que esté fuera de la casa a determinada hora, tratando de controlar sus movimientos e, incluso, revisando correos, celulares y documentos privados. Quien es capaz de entender lo que es el amor simbólico tiene que admitir “la falta” como un elemento imprescindible entre los dos, es decir, que la pareja perfecta no existe, y nadie puede llenarnos “totalmente”. Por lo tanto, no puede pretender acabar con los deseos del otro, o tampoco aspirar a ser la única persona que exista en su pensamiento. Dado que es imposible “colmar a plenitud a la pareja”, solo nos queda dar lo que buenamente podemos y aceptar que el amor posible es dejar tranquila a la pareja, no frenar ni interrumpir sus ilusiones por crecer o progresar en su trabajo, su familiaridad o su deporte. Es necesario considerar que la promesa de fidelidad es una ilusión que podemos –y es lo único– exigirle al compañero. Por eso, hoy se habla de un amor de a tres: él, ella, y la “falta”, que es la aceptación de que no soy su ídolo, su tótem, ni su Dios. Y con eso tenemos bastante.
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